La pintura es un modo de expresión más allá de las palabras. Algo tan sencillo como esto es, por otro lado, complicado de asimilar para quien pinta. Porque pintar es una necesidad no una elección. Entre los múltiples medios de expresión a elegir, esculpa, pinte, teja o escriba, estoy creando un objeto, una imagen, cuya utilidad no es inmediata. Sólo con el tiempo aprecio el valor que tiene, incluso su capacidad de penetrar en rincones desconocidos de mi personalidad ya que, pintar, ejerce un poder curativo.
La técnica, el color, la forma y la composición son elementos básicos y fundamentales para la creación, pero no son el fin. Yo elijo el tema y la técnica según la necesidad que tengo de expresar una idea o sentimiento, y es la expresión en sí la que constituye el alma de la obra. En este nivel, ejercito mi capacidad de “decir sin palabras” agrupando elementos técnicos y conceptuales. Desde la expresión surge el verdadero sentido del hecho pictórico, que no es otro que el encuentro conmigo misma en la interacción con el mundo que me rodea. Porque pintar requiere de momentos de introspección y aislamiento, pero la expresión es un acto colectivo, ya que no hay expresión sin un potencial espectador y no se crea sólo desde el mundo interno.
De este modo, soy testigo de mi época y no puedo rechazar la influencia del sentido del arte en otros tiempos o para diferentes culturas, aunque sí puedo discernirlas. El arte responde a una visión y elijo la abstracción o figuración según se adapten al mejor modo de expresar un sentimiento, una reflexión sobre la cotidianidad o una fantasía. En algunas obras, la semiabstracción, es decir la simbiosis entre elementos de la figuración y la abstracción pura, ha constituido el mundo que quería recrear y compartir.
Isabel Jiménez 2010